Brujas, demonios, hechiceros, monstruos y fantasmas. Todos estos seres legendarios se dan cita la
noche del 31 de octubre durante la
Víspera de Todos los Santos, o como quien dice (en inglés), la “All Hallows Eve”.
Es la noche en la que los esperanzados niños de muchos países del mundo salen por
las calles de sus ciudades disfrazados para “infundir terror” en sus vecinos,
con la finalidad de tener una bolsa llena de dulces al final de la jornada, y
también es una de las festividades que muchos detractores consideran no se
debería de celebrar en México, por ser una festividad gringa (aunque no los veo
diciendo nada cuando tienen bajo su arbolito de Navidá los varios regalos que
les trajo el Santo Clos rojo, producto de mercadotecnia de la 100% americana
Coca-Cola).
¿Pero de dónde viene esta terrorífica festividad? Ustedes no
se preocupen, que ahora mismo se los contamos.

Años después, durante la ocupación romana de los dominios
celtas, la festividad de Samhain fue adoptada por estos, quienes ya celebraran
en los últimos días de octubre y primeros de noviembre una festividad conocida como
“la fiesta de la cosecha”, en honor a Pomona, diosa de los árboles frutales,
y durante la cual las manzanas eran una pieza popular. Con la llegada de la
Iglesia católica, los papas Gregorio III y Gregorio IV, durante una época
plagada por celebraciones paganas, intentaron sustituir el Samhain por la fiesta
católica del Día de Todos los Santos, trasladándola al 1 de noviembre desde su
fecha original, que era el 13 de mayo. De la mezcla de todas estas fiestas se
le empezó a dar forma a lo que hoy en día conocemos como Halloween, ya saben…
Aquello del sincretismo cultural.
Sin embargo, no fue sino hasta mediados del siglo XIX que
esta serie de festividades y tradiciones se trasladaron al nuevo continente, donde
encontró su verdadero auge en Estados Unidos y Canadá, con la llegada de
numerosos inmigrantes irlandeses debido a lo que más tarde se conocería como la
Gran Hambruna Irlandesa, la peor crisis económica y social de la región.
Ya con un cierto nivel de popularidad, la noche del 31 de
octubre se volvió un tormento para los pobladores estadounidenses, durante los
inicios de los 1900’s. Niños y adolescentes
iban por los pueblos realizando travesuras, muy probablemente por la “Mischief
Night” (Noches de las travesuras), otra tradición escocesa e irlandesa. Pero
estas mismas travesuras, con el paso de los años, fueron volviéndose más y más pesadas, hasta llegar a ser, en
algunos casos, crímenes, ya saben, dejar que los animales de una granja
salieran de sus corrales, destruir carrozas solo para volverlas a ensamblar en
los techos de casas, romper vidrios, y demás... Vaya, hasta el infame Ku Klux
Klan, ya en la década de los 20’s tuvo participación con masacres durante esta
fecha. Total que la cosa ya era incontrolable. Parte de esta tradición de la
Mischief Night sobrevive hasta la fecha, en la forma de la famosa frase “Trick
or Treat” (Truco o Trato), o por lo menos en la parte del Trick.

En cuanto a la costumbre de pedir dulces durante esta fecha,
la tradición se originó durante el siglo IX con una práctica llamada “souling”.
Durante el 2 de noviembre, Día de los Fieles Difuntos, los cristianos iban de
pueblo en pueblo mendigando por “pasteles de difuntos”, trozos de pan con pasas
de uva. Mientras mayor fuera el número de pasteles de recibidos, más serían las
oraciones que estos realizarían por las almas de los parientes muertos de sus
benefactores. ¿Por qué realizar oraciones por los parientes muertos? Sencillo.
El dogma dictaba que las almas permanecían en el limbo durante un periodo luego
de su muerte, pero la entrada al cielo podía acelerarse por la cantidad de
oraciones que recibiese el difunto, aún cuando estas vinieran de extraños. (La
burocracia divina…)
La tradición de las calabazas talladas tiene también una
historia. Todo inició, como mucho de esta festividad, en Irlanda. Dicta el
folklore que por ahí del siglo XVIII, un hombre llamado Jack, notable bebedor,
jugador y holgazán (pecador, pa’ ahorrarnos palabras), tuvo un encuentro
cercano con el mismísimo Satanás, quien tenía las intenciones de llevarlo al
infiero. Jack, con todo su ingenio, le pidió un favor antes de ir al
inframundo: Que trepara el roble que tanto le gustaba y le diera una fruta de
este. Satanás, pensando que nada le iba a quitar hacerle este favor, trepó el
roble, pero cuando llegó a la cima se encontró con una no muy grata sorpresa.
Jack había tallado en el roble una cruz, que lo inmovilizó. A cambio de borrar
la cruz, Satanás le prometió a Jack que nunca más volvería a intentar llevar su
alma al infierno. Pero que cosas tiene la vida, que a su muerte Jack se
encontró con un predicamento: Su vida había estado llena de pecado, por lo que
no podría ingresar al cielo, y el Diablo nunca llevaría su alma al infiero,
estaba condenado, pues, a vagar por la tierra en la oscuridad. Burlón, Satanás le
dio a Jack una brasa para que pudiera iluminar su camino hasta el Día del
Juicio Final, pues esta era una brasa del infierno y nunca se apagaría. Jack,
sin más remedio, puso la brasa dentro de lo único que tenía cerca: un nabo. Talló
el nabo y lo ahuecó, para que pudiera funcionar como un farol. Con el tiempo,
los irlandeses empezaron a tallar nabos y a colocar dentro una vela, para
mantener a los espíritus malignos alejados. Estos faroles eran conocidos como “Faroles
de Jack”, o “Jack-O-Lanterns”. Con la llegada de los irlandeses a América, la
tradición se mantuvo, pero los nabos no estaban en tanta abundancia por este
lado del mundo. Lo que si había eran calabazas… Y pues, ya se imaginarán cómo
va el resto de la historia: Esta tradición empezó a cobrar popularidad durante
las fiestas de Halloween, y como tallar calabazas, que había para echar para
arriba durante otoño, era más fácil que tallar nabos…
Pues así las cosas niños y niñas. Esta es la historia de
Halloween. Ahí lo tienen, y aquí se las dejamos para que sepan de dónde viene
la fiesta que están celebrando.
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